miércoles, 23 de mayo de 2012

Fama, fortuna y realidades

En la plena consolidación de la era industrial, a finales del siglo XIX, junto con las máquinas, las líneas de producción, el carbón y el acero, llegaron también los reclamos laborales. En Europa particularmente, la presión de la mano de obra junto con el crecimiento de la ideología socialista dio pie a la creación de los sindicatos. Y desde ahí también, la división obrero-patronal.

No soy detractor de la existencia de las asociaciones de trabajadores para preservar sus derechos. Nunca he pertenecido a uno, pero he trabajado con tres. El del entonces Banco Bilbao Vizcaya México, con quien no tuve relación alguna, pero sabíamos de su existencia y gozábamos como trabajadores de confianza de las mismas prestaciones que ellos. El de Nestlé, con quienes trabajé de la mano durante mi paso como jefe de costos en las fábricas de Lagos de Moreno y Querétaro; se trataba de un sindicato fuerte, pero no rudo, entendido de las necesidades de la empresa y sobre todo, comprometido con su desarrollo, cuidadoso de los bienes de producción. Y finalmente, el petrolero, donde he conocido dos realidades: los petroleros sindicalizados preparados, preocupados por su desarrollo personal –ingenieros, licenciados, incluso algunos con maestría-, quienes buscan con su trabajo elevar el valor agregado, cuidar la productividad y las ganancias de la paraestatal y coinciden con la administración al momento de pactar para buscar mejoras en la operación; y están los otros, los que se rindieron ante el paternalismo del sistema. Si bien, parecen ser los menos, son los que más llaman la atención y dañan con su inocuidad, la imagen y la naturaleza del sindicalismo.

Ahora trabajo más de la mano con los primeros, sobre todo con los jóvenes. Los más entregados. La falta de oportunidades de trabajo en el país provoca que muchos de ellos cuiden más su espacio laboral, buscan ser reconocidos para obtener mejores posiciones… mientras no alcancen la edad próxima a su jubilación. Después de 20 años de antigüedad su visión cambia por completo. Ese gozne los vuelve poderosos, inamovibles. Como si hubieran alcanzado su derecho de piso y no tuvieran que hacer nada más por la empresa, su sindicato los protege. De ahí la mala fama. No comenzaron mal, tuvieron que competir por un puesto, no todos alcanzaron la mano del compadrazgo, muchos se han ganado su posición por el esfuerzo, la dedicación y la experiencia que fueron acumulando a la largo de su desarrollo en Pemex. Pero una vez que gozan por completo de los beneficios, algo cambia en su percepción y por supuesto impacta en la productividad de la compañía. Se vuelven más lentos en su respuesta, ya no es necesario competir más; un principio de Peters anticipado, casi programado.

No creo, ante estos ejemplos, que la respuesta esté en la eliminación de los sindicatos para hacer más productiva a una empresa, sobre todo una del tamaño de Pemex –como la promueven algunos liberales-. La respuesta está en fortalecer los compromisos de las agrupaciones laborales para elevar la eficiencia de sus agremiados. Una especie de pacto nacional, donde exista una verdadera obligación de ambas partes a dar el mayor esfuerzo, que le brinde a cada trabajador la oportunidad de ser merecedor de los beneficios establecidos en los contratos colectivos y no al contrario. Las remuneraciones se deberían ganar por el esfuerzo de cada persona y su contribución al desarrollo de una empresa, una dependencia, una institución. Si de golpe se entregan los beneficios superiores a la ley a un trabajador, una especie de parálisis mental se adueña de sus capacidades y en automático le provoca necesitar más. En cambio, hacerle saborear paulatinamente de mayores ingresos por el esfuerzo invertido en las tareas y el cumplimiento de los compromisos individuales, considero que elevaría la competitividad de los trabajadores.

De la mano con lo anterior, también es importante buscar que dentro de ese pacto nacional, los líderes sindicales se comprometan a transparentar el uso de los recursos que aportan sus trabajadores al gremio. Para que esos mismos sean destinados a causas benéficas de los mismos asociados. De tal forma que se evite el enriquecimiento de sus líderes, lo que fomenta de nuevo la polarización entre todos los sectores productivos. Nada de esto viene de buenas voluntades, lo sé. La formalización de pactos nacionales requiere también de mano dura y compromiso de todas las esferas. Se deben reformular las políticas para evitar que la corrupción siga creciendo al interior de los sindicatos y se castigue. Es la salida más viable, porque la dureza de antaño sólo provocó el fortalecimiento de los dirigentes colectivos de ahora.

El compromiso es de todos: petroleros, electricistas, maestros, obreros, médicos, enfermeras, pilotos, mecánicos, constructores, en fin. Los sectores productivos del país pueden dar el ejemplo de cambio que todos buscan para elevar la productividad de nuestro país. Los gobernantes deben soportar el peso de esa decisión con políticas más enérgicas que promuevan la eficiencia y el rendimiento tanto de los trabajadores como de sus agrupaciones. Los patrones, aparte de maximizar sus ganancias como siempre será su objetivo, deben buscar el equilibrio justo que promueva acciones de responsabilidad social y a esos premiarlos con políticas fiscales flexibles por su aportación al desarrollo del país.

No sé si los pactos nacionales sean la solución, pero sé que han servido en otros países y en México para cambiar el estado de las cosas en beneficio de todos. Estamos ante condiciones críticas internacionales, habrá que buscar la forma de subsistir ante las dificultades económicas venideras. La responsabilidad no está en los sindicalizados solamente, sino en todos los que participamos activamente de la economía del país.

México, D.F. Mayo 22, 2012

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