Anhelo austral
División. Latinoamérica
representa un circo de tres pistas en el ámbito internacional. La fractura es
cada vez más pronunciada. Las discusiones entre los mandatarios, tanto al
interior como en los límites de las fronteras, son absurdas y aberrantes. Ello aparta
las posibilidades de unificación y encuentro necesarios para la consolidación
de un vigoroso bloque, que defienda de manera común los intereses de una de las
regiones más ricas en todo el globo, por su alta concentración de reservas
naturales y su gran potencial de desarrollo en materia energética, agrícola,
entre otras. Mientras otras regiones han hecho a un lado sus diferencias,
América Latina permanece anclada en los ánimos de segmentación y defensa de
espacios y fronteras. Como si hubiera ejemplo de economías cerradas prósperas y
abundantes. Cuba y Venezuela son ejemplos del deterioro que ocasiona ese
despropósito.
El primer conjunto de
países aparentemente alineados de manera exitosa lo integra Norteamérica.
Nuestro país entró en las filas gracias a las gestiones en el siglo pasado de
los presidentes Miguel de la Madrid y Carlos Salinas –modelos GATT y TLC,
respectivamente-. Este grupo es privilegiado por la participación de Estados
Unidos como líder. Su eje rector consiste en ser el país con el mayor control
de la economía internacional. Por ello interviene en todos los asuntos bélicos,
sociales y mercantiles en el resto del mundo. Su consolidación como país
poderoso viene desde la Segunda Guerra Mundial. Cuando demostró enormes
capacidades para proveer de lo necesario a Europa principalmente, para satisfacer
sus necesidades inmediatas para continuar con su desarrollo y reconstrucción al
término de la contienda. Junto con Canadá y México se ha forjado una alianza más
o menos ejemplar, aunque se caracteriza también por su soslayada solidaridad.
Ocurre sólo cuando conviene. Y ha sido blanco de críticas por ello.
Europa por su lado,
también en el último cuarto del siglo pasado, afianzó su posición con un
adelanto ideológico económico y social. La unificación de la mayoría de los
países para operar una sola moneda y abrir las fronteras entre sí para el libre
paso de mercancías y personas. Bajo condiciones estrictas de control
macroeconómico. Los beneficiados: Alemania principalmente, y algunos otros
países del norte. A cuestas traen a España y Grecia, entre los más rezagados.
Inglaterra escogió ser solamente un testigo fiel, al margen de la coalición.
Pero la cercanía con el bloque les permite a ambos bandos sostener el
equilibrio necesario para contrarrestar la presión estadounidense en los
aspectos que tienen que ver con las alianzas heredadas por la Guerra Fría en
defesna de otros intereses y amenzas.
Asía es el gran
comerciante e innovador. China encabeza el equipo. India aporta tecnología y
conocimiento. Y ambos países, muchas, muchas personas. Es la zona con mayor
concentración de población. Pero con notables índices de desarrollo. Lentamente
se ha advertido que su subdesarrollo quedó en el pasado. Sin declarar una
confederación auténtica, los esfuerzos de los japoneses, coreanos, chinos,
rusos y otros más, se ha concentrado en el perfeccionamiento de sus capacidades
regionales, un talento personal para la generación de ideas y desarrollo de
materiales que ha modificado a las grandes corporaciones industriales de todo
tipo por su bajo costo y la virtud para reorientar las formas de producción. De
tal forma, que la fabricación de más de la mitad de los componentes se fabrica
y maquila en ese lado del mundo. Así también, las grandes amenazas por la
capacidad bélica y concentración de reservas energéticas se localizan de ese
lado del hemisferio.
Si bien, los tres
ejemplos anteriores no son perfectos, reflejan un desarrollo más próspero y
ordenado que las desigualdades y enfrentamientos que se viven desde la parte
baja de la California, hasta la Patagonia; extremos que señalo sólo para evidenciar
la dimensión del espacio referido. Reavivar los sueños de Bolívar –desprendiendo
el referente más reciente que encabezó Hugo Chávez-, es reavivar los principios
de independencia que llevaron a los insurgentes de la Nueva España y demás
territorios colonizados por los europeos del siglo XIX a la lucha por su
libertad. Desafortunadamente solo quedaron vivos los sentimientos de autonomía,
sin considerar los beneficios que brinda la asociación. Ya hemos visto que la
ideología no está peleada con el progreso. Pueden convivir ambas y lograrse
crecimientos sostenidos. La equidad tampoco está en contra del crecimiento. Son
complementos.
Si tan sólo los líderes
de Latinoamérica bajaran la guardia, se dejaran de señalamientos y buscaran la
consolidación de un eje rector económico y social, que persiga como objetivo
único el desarrollo de la zona y el bien común de sus habitantes; a través de
la consolidación de un acuerdo global, que contemple reglas precisas de
equilibrio, legitimidad y justicia para todos los países participantes. Si tan
sólo pudieran ver que la alianza de cada uno de sus integrantes, con las
potencialidades naturales de cada sector de la población, generaría una
reacción mayor a la de cualquier otro bloque hasta ahora conformado.
Latinoamérica sería otra. Más vigorosa y menos sensible. Más fructífera y menos
bélica.
México, D.F. a
27 de enero de 2015.