martes, 13 de enero de 2015

Arqueo Gubernamental 

Primer tercio. El sexenio del presidente Peña Nieto cursó su fase inicial. Para él y su equipo es el momento preciso de realizar un balance. Calcular el alcance de la estrategia. Decidir si deben seguir por el mismo camino o ajustar la mira.

De acuerdo con las mediciones de aceptación, el mandatario comparte prácticamente la misma cantidad de seguidores como de detractores. Factor que en materia de política pública –en un escenario perfecto-, es un nivel aceptable. Considerando que el país se divide en tres grandes sectores políticos ideológicos quienes han venido compartiendo por tercios a la ciudadanía.

Por otro lado, si tomamos en cuenta los aciertos en materia reformista, el equipo presidencial tiene un cálculo favorable. Desde el comienzo de su mandato, se han presentado las condiciones necesarias para establecer consensos. De esta manera, las propuestas ante las cámaras son hoy en día documentos palpables del ingrediente constitucional. Los medios nacionales e internacionales han reconocido las capacidades del Ejecutivo para lograr las reformas que se propusieron, y que además, no habían sido resueltas en sexenios anteriores.

Las críticas y el encono también fueron la cotidianeidad en estos dos años. Los sectores más radicales de la izquierda, encabezados por Andrés Manuel López Obrador, se promovieron en contra de la reforma energética. Asimismo, después del encarcelamiento de la líder sempiterna del SNTE, la maestra Gordillo, la presidencia alineó a todo un sector que a pesar de las protestas por la reforma educativa, está también en un proceso de trasformación que pronto dejará ver resultados.

Hasta ahí, el balance presenta un equilibrio casi perfecto. Una luna de miel placentera durante los primeros dos años. Con una economía cada vez más estable, aunque precaria en crecimiento sostenido. Pero como en todas las grandes corporaciones, hay que considerar también las salvedades al momento del cierre.

El mandatario y su equipo, hoy en día, desafían su crisis más severa. Se abrieron frentes donde menos se lo esperaban.  Aunados a los hechos que ya venían sorteando de manera sostenida como la lucha contra el narcotráfico, el combate a la pobreza y la corrupción. Temas de agenda, acompañados de una serie de estrategias sólidas.

La pareja de Iguala y los muertos y desaparecidos de Ayotzinapa que llevan cargando en sus espaldas. La queja enérgica de los padres y sus innumerables afilados. Son hechos que abrieron un espacio en la agenda del Gobierno Federal que proyecta el obligado fortalecimiento de los programas en esa materia.

La cereza del pastel, para los medios inconformes, fue la casa de la Primera Dama. Y no por el hecho del inmueble en sí, sino porque se enlaza con uno de los proyectos monumentales del sexenio, el tren que conecta al D.F. con Querétaro, las dos grandes urbes del centro del país. Un anuncio reservado, después del nuevo aeropuerto de la ciudad de México.

En mi opinión, el ingrediente amarillista del tema, pone de manifiesto a esa mitad de la población que no concuerda con el mandatario y su equipo. En materia democrática, debo señalar que esto es bueno. Bueno porque demuestra que las épocas de la dictadura perfecta son cada vez más difíciles de recrear. Bueno, porque muestra una cara del presidencialismo más abierta y menos oscura, donde la transparencia es una herramienta de primera necesidad.

El control de daños está puesto en marcha desde el primer círculo. Es un equipo bien conformado que ha puesto de manifiesto el interés por modernizar al país y dejar de lado los esquemas rígidos y tradicionales. Confío en que sabrán sortear este momento y continuar con la tarea que se han planteado.

Se acercan las elecciones intermedias, el momento en que la ciudadanía sale a las urnas a evaluar al gobierno y sus autoridades. Ellos, los votantes, son la autoridad máxima que califica el balance social del Ejecutivo. El verdadero arqueo se da en las urnas.

México, D.F. a 22 de noviembre de 2014



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