Arqueo Gubernamental
Primer tercio. El
sexenio del presidente Peña Nieto cursó su fase inicial. Para él y su equipo es
el momento preciso de realizar un balance. Calcular el alcance de la
estrategia. Decidir si deben seguir por el mismo camino o ajustar la mira.
De acuerdo con las
mediciones de aceptación, el mandatario comparte prácticamente la misma
cantidad de seguidores como de detractores. Factor que en materia de política
pública –en un escenario perfecto-, es un nivel aceptable. Considerando que el
país se divide en tres grandes sectores políticos ideológicos quienes han
venido compartiendo por tercios a la ciudadanía.
Por otro lado, si
tomamos en cuenta los aciertos en materia reformista, el equipo presidencial
tiene un cálculo favorable. Desde el comienzo de su mandato, se han presentado
las condiciones necesarias para establecer consensos. De esta manera, las
propuestas ante las cámaras son hoy en día documentos palpables del ingrediente
constitucional. Los medios nacionales e internacionales han reconocido las
capacidades del Ejecutivo para lograr las reformas que se propusieron, y que
además, no habían sido resueltas en sexenios anteriores.
Las críticas y el
encono también fueron la cotidianeidad en estos dos años. Los sectores más
radicales de la izquierda, encabezados por Andrés Manuel López Obrador, se
promovieron en contra de la reforma energética. Asimismo, después del
encarcelamiento de la líder sempiterna del SNTE, la maestra Gordillo, la
presidencia alineó a todo un sector que a pesar de las protestas por la reforma
educativa, está también en un proceso de trasformación que pronto dejará ver
resultados.
Hasta ahí, el balance
presenta un equilibrio casi perfecto. Una luna de miel placentera durante los
primeros dos años. Con una economía cada vez más estable, aunque precaria en
crecimiento sostenido. Pero como en todas las grandes corporaciones, hay que
considerar también las salvedades al momento del cierre.
El mandatario y su
equipo, hoy en día, desafían su crisis más severa. Se abrieron frentes donde
menos se lo esperaban. Aunados a los hechos
que ya venían sorteando de manera sostenida como la lucha contra el
narcotráfico, el combate a la pobreza y la corrupción. Temas de agenda,
acompañados de una serie de estrategias sólidas.
La pareja de Iguala y
los muertos y desaparecidos de Ayotzinapa que llevan cargando en sus espaldas.
La queja enérgica de los padres y sus innumerables afilados. Son hechos que
abrieron un espacio en la agenda del Gobierno Federal que proyecta el obligado
fortalecimiento de los programas en esa materia.
La cereza del pastel,
para los medios inconformes, fue la casa de la Primera Dama. Y no por el hecho
del inmueble en sí, sino porque se enlaza con uno de los proyectos monumentales
del sexenio, el tren que conecta al D.F. con Querétaro, las dos grandes urbes
del centro del país. Un anuncio reservado, después del nuevo aeropuerto de la
ciudad de México.
En mi opinión, el
ingrediente amarillista del tema, pone de manifiesto a esa mitad de la
población que no concuerda con el mandatario y su equipo. En materia
democrática, debo señalar que esto es bueno. Bueno porque demuestra que las
épocas de la dictadura perfecta son cada vez más difíciles de recrear. Bueno,
porque muestra una cara del presidencialismo más abierta y menos oscura, donde
la transparencia es una herramienta de primera necesidad.
El control de daños
está puesto en marcha desde el primer círculo. Es un equipo bien conformado que
ha puesto de manifiesto el interés por modernizar al país y dejar de lado los
esquemas rígidos y tradicionales. Confío en que sabrán sortear este momento y
continuar con la tarea que se han planteado.
Se acercan las
elecciones intermedias, el momento en que la ciudadanía sale a las urnas a
evaluar al gobierno y sus autoridades. Ellos, los votantes, son la autoridad
máxima que califica el balance social del Ejecutivo. El verdadero arqueo se da
en las urnas.
México, D.F. a
22 de noviembre de 2014
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