miércoles, 30 de mayo de 2012


Mismo circo… distintas pistas

Me senté a esperar que el lavacoches quitara la costra de lodo que las lluvias habían dejado en mi camioneta. La innumerable cantidad de obras y la falta de cultura de limpieza en la ciudad de México provocan que los coches siempre estén sucios, el polvo corre por la ciudad, lo respiramos constantemente. Pero no me voy a ocupar de eso en esta ocasión. Tomé el periódico Excélsior. Estaba cargado de noticias de las campañas, estadísticas e indicadores de la intención de voto, la lista de las propuestas de cada uno, una semblanza de Quadri… en fin. La deuda de Coahuila se mencionaba de nuevo, De pronto una foto, una cara conocida. Mis ojos vacilaban, soy despistado y tengo fama por ello. Pero en esta ocasión no me equivocaba. Me sorprendió verlo de nuevo después de muchísimo tiempo. El de la imagen era el tamaulipeco Javier Villarreal Hernández. Yo lo conocí.

El ahora afamado extesorero del gobierno de Coahuila, el prófugo de la justicia, el que acusan de ser responsable directo de una de las deudas estatales más grandes, al menos la más conocida, fue mi compañero en la universidad. De hecho nos lanzamos, junto con otros grandes amigos, por la sociedad de alumnos de la facultad. Lo recuerdo bien. Era un cuate bravucón. Su cara de adolescente convencía a todos. Parecía siempre tener un buen plan. Diestro en el habla, bueno para defender argumentos. Ganamos la elección. Algunos manejos extraños provocaron su renuncia meses después. –Ya se le veía el penacho…- diría alguien con quien platiqué recientemente de él. Le perdí el rastro. Terminé antes la carrera y jamás supe de su paradero hasta ese fin de semana cuando hojeaba el diario. Tres mil millones de dólares por lo menos llegaron a sus cuentas personales. ¿Me sorprendió? Tal vez no… No lo sé.

¿Dónde están las fallas? ¿El sistema corrompe? ¿Es el ser humano deshonesto por naturaleza y sólo hace falta que esté en el momento y espacios adecuados para actuar? ¿Cuándo va a detenerse el enriquecimiento ilícito de los funcionarios en el poder? Todos los días vemos historias de este tipo. A pesar de la apertura y el acceso a la información, la corrupción sigue presente en todos los niveles de gobierno. ¿De qué sirve que se persiga constantemente a exgobernadores, les dicten auto de formal prisión, los exhiban como trofeo a la intolerancia, si el sucesor hará lo mismo por las mismas razones? ¿Es entonces el combate a la corrupción un simple artefacto de legitimación temporal para cubrir las ineficiencias de un sistema que permite todo?

Debe existir la forma de poner un alto. Los mecanismos de protección institucional son débiles en determinados ámbitos; aunque hay que reconocer que en otros han actuado de forma determinada y han puesto al descubierto redes organizadas enormes. La cultura tampoco ayuda. En México la corrupción y el hurto son un modo de vida. Se ha permeado en todas las escalas de la sociedad. Desde la mordida hasta los grandes fraudes… desde el robo hormiga hasta el secuestro. Es grave, muy grave, pero creo que ya perdimos la dimensión. Parece que podemos vivir con ello. Como si estuviéramos ajenos.

Esta imperfección de la sociedad ocurre también en menor escala. Apenas este fin de semana en un restaurante de hamburguesas, conocido por su payasito filantrópico, mi pareja sufrió el robo de su celular. Bastaron segundos. La pérdida era irrecuperable, no sólo por el valor del aparato –cada día más sofisticados-, sino por la información personal que se llevaron con él: las fotos de los niños, los videos familiares, los mensajes. La administración del local, desde luego, se lavó las manos. No se hacen responsables por objetos perdidos. Es obvio, no podrían responder ni siquiera por sus propios empleados. Y es aquí donde entra una falla más del sistema social. Porque existe un mercado de segunda mano, un submundo comercial que es quizá igual de fuerte que el registrado ante la Secretaría de Hacienda y los canales institucionales de comercio del país. Un subsistema que brinda ingresos a muchos mexicanos. Prácticamente reconocido, por los muchos años de coexistir en el paralelo de la realidad cotidiana de nuestro país. Donde lo robado y lo copiado tiene casi su propia norma oficial, por decirlo de alguna manera.

Se deben entonces endurecer las políticas públicas para evitar su permeabilidad al momento de aplicarlas. Fomentar los grandes acuerdos nacionales también es importante, para combatir la inequidad. Sin embargo, de manera muy particular, soy un convencido de la educación como herramienta fundamental para contrarrestar el avance de la descomposición de una sociedad. Antes de las leyes, los pactos y la innovación de los aparatos de justicia… la conciencia. Es compromiso de los que queremos un mejor país, difundir entre las nuevas generaciones la necesidad de actuar de acuerdo con las ordenanzas legales, con honestidad, con ética –materia que debería impartirse de nueva cuenta de manera obligatoria-. Sembrar en los niños un escudo incorruptible, que venere el trabajo y la satisfacción por los beneficios del esfuerzo. Es un proceso lento, porque se necesitan de muchos años de transformación. El caso es que hay que comenzar ya. Para tener un mejor país, donde la institucionalidad funcione como maquinaria japonesa. Y los que intenten andar por la orilla, que el mismo sistema los incluya en su funcionamiento.

Suerte Javier, donde quiera que estés. Si te alcanza la mano de la justicia, espero que tu proceso sea justo. Pero también que tu caso, como el de muchos otros, sirva de lección para nuestra generación y las que vengan detrás de nosotros; nada por fuera de los márgenes de lo establecido. Suerte también al que hurtó el teléfono de Norma, a él no lo persiguen porque ni siquiera optamos por levantar la denuncia. No parece tener caso, sería un expediente más que se archiva en las bóvedas obscuras de la incertidumbre jurídica y del deterioro de nuestra sociedad.

México, D.F. Mayo 29, 2012

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