viernes, 6 de marzo de 2015

Contienda esperanzadora

1980. Comenzaba la penúltima década del siglo veinte. Recuerdo que nos instalamos en una casa moderna de la 1ª Norte Poniente en el mero centro de la Ciudad de Tuxtla Gutiérrez. A la vuelta del Casino Tuxtleco. Aunque había nacido en el Distrito Federal, el amor por Chiapas me fue inculcado desde pequeño. Mis padres, ambos, son nacidos en ese próspero estado. Desde los seis años fui descubriendo la maravilla que era vivir en provincia. La cercanía de las distancias. La alegría de las personas por disfrutar de un ritmo de vida más pausado. Nada que ver con la ajetreada Ciudad de México. El clima húmedo también era característico, lo recuerdo caluroso pero nada que no aliviara un ventilador.

Por aquellas épocas, se vivía una epidemia de paludismo. Ahora sé que también se le conoce como malaria. Es una enfermedad grave, al menos en ese momento lo era. No había una vacuna efectiva. Se transmite de muy pocas maneras. Pero la principal causa de traspaso es la picadura de un mosco que se haya alimentado de sangre contaminada. Por toda la ciudad se podían notar camionetas blancas con la palabra de la enfermedad en letras negras, a manera de distintivo. Toda una organización luchaba por disminuir el impacto agresivo de ese padecimiento. Por ello, de manera muy frecuente, todos los días, se escuchaba la campana que anunciaba la proximidad del furgón que cargaba el insecticida malatión. El efecto de su descarga provocaba una nube blanca, todavía guardo en la memoria su olor penetrante. Todos corríamos a cerrar ventanas para evitar que se colara por los interiores de la casa.

A las dos de la tarde, de regreso de la escuela se escuchaba, casi al unísono, la caída de todas las cortinas de los negocios del centro. Cerraban para comer. Así funcionaba el comercio en la alejada capital del estado chiapaneco. A las ocho de la noche todo estaba cerrado y comenzaban las tertulias familiares. Mucha gente sacaba sus sillas a la calle, para disfrutar del fresco viento que apaciguaba el calor tropical. Nos conocíamos casi entre todos. Era notable la llegada de alguien nuevo a la ciudad. La dinámica cotidiana quizá se afectaba por el arribo de familias que acompañaban a los ingenieros y trabajadores que construyeron la presa Chicoasén.

Los cafés de la avenida central que reunían a intelectuales, burócratas y empresarios siempre estaban siempre llenos. Se respiraba el olor de la buena bebida de cacao a casi una cuadra de distancia. Ahí se discutía de todo. De política sobre todo, porque los tuxtlecos así son, informados de los acontecimientos públicos. Es de recalcar que la división del trabajo en Chiapas, sobre todo en ese momento de la vida, no era precisamente muy amplia. La gente o vivía del gobierno, o de darle servicios. Pocos eran los empresarios, pues la economía era pequeña. Tuxtla Gutiérrez es una ciudad prácticamente nueva. Apenas cumplió sus cien años.

Ahí viví mi infancia, una gran parte de mis mejores amigos los conocí allá. Son mis hermanos. Ahora Tuxtla es una gran ciudad, enorme, inmensa. Cada vez que la visito puedo notar su crecimiento, en todos los sentidos. Pude notar también como quedó desatendida durante los últimos años. Cómo se fue volviendo peligrosa, desordenada. Ha perdido mucho de su apariencia original. La fuente del boulevard ya no existe, por ejemplo. Pero el zoológico es otro, mucho más bonito. Aunque sin su majestuosa águila arpía, que tanta tristeza me dio saber que ya no vive más. Pero sí con los jaguares, el negro sobre todo. El parque Morelos también se transformó en una gran alameda. Creo que con motivo de la celebración del bicentenario de la Independencia nacional.

De pronto crecimos también nosotros. Varios de mis amigos y conocidos se quedaron orgullosamente viviendo allá. Otros, volvieron a trabajar por la ciudad después de haber estudiado en otras ciudades más grandes. Y ahora, algunos contienden por la alcaldía de esa gran ciudad. Conozco personalmente a dos. Como buenos tuxtlecos, no pueden negar su amor por Tuxtla. Será su momento, en caso de ganar, de devolver a la capital del estado lo que tanto nos dio y enseñó. Su transformación valiosa causa responsabilidad.

En la medida que los candidatos hagan a un lado sus intereses personales y pongan en primer lugar a la ciudadanía y sus necesidades, será más fácil elaborar una propuesta más clara para los votantes y por ende, más atractiva. No es difícil saber qué necesita Tuxtla. Pero ha crecido tanto, que es fundamental dimensionar la demanda de cada zona. De norte a sur, de oriente a poniente, la capital chiapaneca requiere de un alcalde capaz de atender todas las solicitudes y priorizarlas. La inseguridad, como en todo el país es un asunto delicado. Además de ser la sede de los poderes del estado, es la primera cara ante el turismo nacional e internacional que visita Chiapas.

La tarea no es difícil, pero sí compleja. Quienes están dispuestos a gobernar esa ciudad deben recordar su origen, quererla entrañablemente. Para no caer de nuevo en los errores recientes que tanto afectaron esa ciudad. Comenzó ya la batalla por las posiciones, camino de las elecciones. Esperemos escuchar propuestas aterrizadas, atractivas y pensadas, por el bien del pueblo tuxtleco.

México, D.F. a 4 de marzo de 2015.



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