lunes, 2 de marzo de 2015

Dualidad protagónica

Aparador. México siempre ha sido un país controversial. Desde la colonización hasta nuestras fechas hemos permanecido sujetos al escrutinio público internacional. Nuestra naturaleza combativa aborigen, sumada a la mezcla europea de pobre estirpe, dio origen a pobladores con una conciencia de resistencia permanente y al mismo tiempo en búsqueda de transformación. De ahí que las luchas por la independencia de los ibéricos, la posterior guerra por liberarnos del imperialismo austro-húngaro y la revolución, marcaron para nuestro país un estigma distinguido de fuerza y sensibilidad.

De esta forma, los mexicanos hemos ido paulatinamente ocupando los espacios públicos internacionales desde la ciencia, la política y el arte. Por nuestra ubicación geográfica, somos el gozne entre lo cultura rígida anglosajona del norte del continente y la desorganizada sociedad hispana del sur. Podemos decir que contamos con lo mejor y lo peor de ambos mundos. En la medida que hemos avanzado en materia intelectual con premios nóbeles hasta óscares, también ocupamos los primeros niveles de pobreza y violencia en el orden mundial.

Ello nos pone en una especie de estantería frente a detractores, analistas y seguidores. Por tanto, nos hemos visto obligados siempre a actuar como una sociedad alternadamente pública y secreta, de acuerdo con las necesidades políticas y culturales del momento. Las transformaciones tecnológicas evitan cada vez más que una sociedad pueda permanecer cerrada a ciertas verdades notorias. El trabajo político es cada vez más minucioso en tareas de seguridad nacional y reserva de información. Pero es inevitable ser el blanco permanente de análisis.

Recientemente dos hechos fijaron nuevamente la notabilidad de nuestro país ante los demás. Por un lado, el paradójico inversionista multimillonario estadounidense, Donald  Trump, en tan sólo un par de semanas llevó a México de la excelencia a la inmundicia. Primero nos comparó con China, por nuestra potencialidad económica. Posteriormente denostó las capacidades del país por sus altos niveles de corrupción. Todo parece indicar que el origen de sus declaraciones se debe a voluntades corporativas distintas. Mientras obtiene generosas utilidades por sus distintas inversiones en México, pierde posición en la Academia de la Artes de Estados Unidos por no haber atinado en el apoyo de las películas premiadas recientemente. El “Negro” Inárritu puede estar aún más satisfecho de su premio pues tocó fibras sensibles en la comunidad norteamericana.

En otro contexto, el Papa Francisco I, desde la comodidad de su oficina, lanzó una advertencia a sus coterráneos, probablemente sin querer. Sugirió a través de un correo personal que Argentina podría convertirse en un país violento asediado por el narcotráfico, como ocurre hoy en día aquí en nuestra nación. Las reacciones enérgicas de nuestra cancillería no se hicieron esperar. La relación entre el Vaticano y México se tensó por momentos. ¿Dijo alguna mentira el Papa?, ¿no es cierto que estamos inmersos en una grave crisis de gobernabilidad y seguridad nacional? El efecto mediático de las desapariciones de personas, los frecuentes enfrentamientos entre cárteles a lo largo de todo el país, la evidencia de la complicidad de algunos funcionarios de los tres niveles de gobierno, entre otros acontecimientos, fortalecen la hipótesis del Pontífice. Cuando las declaraciones vienen del máximo líder católico –además en tono personal-, entonces arde.

En la medida que la sociedad mexicana sea más consciente de su entorno, será más fácil determinar las acciones a seguir en torno a la recomposición social, política y económica del país. El espacio común en el que caen todos los políticos acerca de las potencialidades naturales de nuestro país y la necesidad presta de aprovecharlas, es incuestionable. El problema radica en qué hacer con ello y cómo revertir la desintegración de una colectividad que a todas luces ha perdido el rumbo por permanecer en lucha constante por una autonomía que desde hace muchos años ya fue concedida y que al parecer, no la hemos hecho nuestra.

Es valioso considerar que al estar en el pensamiento de personajes emblemáticos en el orden internacional, es porque nuestra presencia en el mundo es relevante. Las propuestas y acciones de los próximos gobernantes deberán atender con mayor eficacia el fortalecimiento de las capacidades en cada rincón de México. La riqueza intelectual y humanista rebasa al patrimonio natural de las regiones. La amalgama de ambos factores, de una manera ordenada y planeada de forma estratégica, podrá seguramente llevarnos a esos primeros lugares dentro de la economía mundial que siempre quedan en promesas e intenciones, pero que nunca hemos visto alcanzar.

Mientras tanto, festejemos que dos mexicanos se hayan colado, por segunda ocasión, en la cultura del cine norteamericano. A través de una producción que muestra claramente las debilidades del sistema de ese país. Las mismas que les dio la oportunidad a Alejandro González Iñárritu y Emmanuel Lubezki de hacerse de varios óscares, en medio de la polémica y la frustración de algunos por la naturaleza crítica del filme.

Enhorabuena para el Negro y el Chivo. Bien merecido.

México, D.F. a 27 de febrero de 2015.



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