martes, 7 de agosto de 2012

Desde Hiroshima hasta nuestros días

Intimidación. Es la primera de una serie de sensaciones que me producen las imágenes televisivas de las últimas semanas con los recientes asesinatos en Denver y Milwaukee. El primero, durante el estreno de la película de Batman y el siguiente, al interior de un templo sij. Ni los XXX Juegos Olímpicos de Londres, ejemplo de fraternidad y competencia sana; ni el Ramadán de los musulmanes, fueron suficientes para desviar la atención de algunos desequilibrados por descargar su odio contra la sociedad y arrebatar la vida de civiles inocentes. Esta clase de crímenes reflejan el trastorno de cierta parte de la sociedad en el aspecto humanitario. La reserva mundial de conciencia parece comenzar a desgastarse entre los individuos. Las grandes guerras del siglo XX y sus consecuencias dramáticas no lograron transferir su experiencia a las nuevas generaciones. Quizá es más alentador para muchos jóvenes hoy en día saber que una bomba atómica brindó el triunfo a los aliados por su gran capacidad destructiva, que conocer los fatales resultados para el mundo de este acto. Se ha fijado en la conciencia de algunos una verdad heredada: La solución a los grandes conflictos es la muerte; y mientras más monumental, mejor.

¿Qué puede estar pasando por la cabeza de un homicida múltiple? ¿Superar a Jack el Destripador? ¿Llamar la atención, como dirían los psicólogos? No lo puedo imaginar. Quizá sea una mezcla de megalomanía junto con un disturbio mental entre los principios éticos y morales y la incapacidad para relacionarse con el resto de la sociedad. Lo que orilla a muchos a cometer estos episodios inhumanos, cada vez más frecuentes. Actos irracionales, que pasan por encima de nuestro entendimiento.

Muchos son los que han levantado su voz para discriminar estos hechos. Se argumenta que uno de los factores más sensibles es el uso permisivo y discrecional de los ciudadanos americanos sobre las armas de fuego –por cierto, una de las industrias más fuertes y poderosas en ese país-. No dudo que sea un elemento importante, pero no es el fundamental. Considero que el efecto se alcanza desde otro origen. Y que además, por su naturaleza, ha ido permeando entre los intelectuales americanos, aunque sea por goteo. La propaganda de supremacía es casi un distintivo cultural entre los estadounidenses. Sus superhéroes lo confirman. La imagen de sus fuerzas armadas. Su presencia armada en todo el mundo. Sus agentes secretos y la CIA... entre muchos otros factores. Todo ello, se ha desbordado ya. Las facturas están siendo cobradas contra ellos mismos. Por eso las películas más recientes de las emblemáticas figuras norteamericanas superpoderosas han reflejado un lado más humano, cada vez más evidente en el protagonista. El héroe se preocupa incluso por el villano en turno y por la sociedad alrededor. Ya no es solitario, hace equipo. Muestra de la necesidad pública por modificar las conciencias de la sociedad, para hacerla menos fanática. Más unida.

En México no hay qué perder de vista los recientes acontecimientos. Aunque muy focalizados, también tenemos brotes de arrebatos sociales. Un poco más colectivos que individuales. Pero delicados por igual. Las recientes riñas de los reguetoneros en la Ciudad de México, reflejan el descontento de una sociedad sin aspiraciones más que las de unir fuerzas para hacer ruido y generar daño. De manera momentánea, pero peligrosa. La violenta amenaza generada durante los últimos años por el combate frontal al narco ha menguado la tranquilidad de muchos, pero también ha despertado en otros la clara conciencia del poder que representa el uso del terror como herramienta de poder colectivo.

Vi a un muchacho ser golpeado por más de cinco o seis en las tomas televisivas del fin de semana, en las inmediaciones del metro Chabacano. Vi también a un joven armado que salía corriendo para perderse entre la multitud. Vi a la policía indecisa cuando se trata de actuar sola o en grupos pequeños. Asimismo, vi la detención de alrededor de ochenta personas con el arribo de más fuerzas policiales y sus consecuentes castigos. Con esto, sumado al caso del tiroteo en una de las tiendas de más amplio consumo en Polanco, puedo decir que no estamos pisando terrenos de armonía social.

La orientación del trabajo legislativo y gubernamental de los próximos años deberá considerar la formulación de políticas públicas que atiendan la naturaleza de la radicalización social: Pobreza, empleo, salud –para el caso de las adicciones a drogas y otras sustancias nocivas-. Control de la venta y uso de armas de fuego. Seguridad. Pero sobre todo, la reparación de la depreciada gobernabilidad en el país. Es momento de retomar el control de las calles. Una estrategia endurecida que combata no sólo al narcotráfico como se viene haciendo hasta ahora. Sino que brinde la certeza a la sociedad de poder caminar libremente sin el riesgo de ser asaltado, secuestrado o incluso asesinado. Es fundamental sensibilizar y pacificar los espacios públicos –enfriar las plazas como se dice informalmente-, ello fomentará la convivencia entre los individuos y de cierta forma eliminará algunas de las barreras que más han puesto en riesgo la cohesión social de nuestro país.

México, D.F. Agosto 7, 2012



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