miércoles, 15 de agosto de 2012

Quimera integralidad

Alarma económica. El fantasma de la recesión vuelve amenazar a la Unión Europea. Quizá sólo se escondió por un rato. Tal como lo han afirmado la mayoría de los analistas financieros, la caída de Grecia es inevitable y la de España se acerca paulatinamente. Sumadas a la de Portugal y Chipre. Los fuertes de la zona son Alemania en primer lugar y Francia en segundo. Los teutones han dado muestras de fortaleza financiera, su maquinaria económica está funcionando como la de un Mercedes Benz recién comprado. Los galos por su lado, han emprendido una serie de acciones gubernamentales de alto impacto, con nuevos esquemas impositivos y recortes en las esferas de la burocracia, así como el fortalecimiento de sus programas sociales. La incertidumbre abrió de nuevo el espacio para la especulación y el desafío ante la queja de ciertos sectores de la sociedad que se manifiestan en contra de arrastrar la deuda de los países menos productivos.

Y es que la globalización ha alcanzado en Europa las dimensiones necesarias para su primera gran prueba de ácido. Este fenómeno ampliamente explorado por los especialistas comienza a reflejar sus primeros síntomas de deterioro. El modelo había sido funcional, mientras se mantuvo en los esquemas de cooperación mínimos necesarios. Las reglas de operación eran específicamente liberales: la unificación de una moneda para equiparar el intercambio mercantil y sostener estándares de deuda y fluctuación específicos. Durante los primeros años, el impacto en la disminución de las tasas de interés reflejó buenos resultados para las economías más débiles. Sin embargo, dejando de lado el fortalecimiento de sus capacidades productivas, los gobiernos de esos países incrementaron su deuda pública, lo que provocó un efecto mixto disfrazado, porque aunque el costo de la deuda era menor, no se soportó con esquemas productivos eficientes que brindaran solidez al interior en su estructura fabril y agrícola… una apuesta al déficit en el largo plazo. En paralelo, el intercambio de bienes y servicios para los países más fuertes tampoco se procuró directamente de sus aliados de zona, sino de sí mismos, de Inglaterra, de Asia y de América –principalmente Estados Unidos-. Los resultados de esas decisiones se viven ahora, casi 12 años después.

Quizá Europa dio un paso imponente en los inicios del siglo XXI con la creación del Euro como moneda única. Acción que fue aplaudida por su naturaleza innovadora. Parecía que de primera instancia se privilegiaba a todos los países integrantes a través de un efecto globalizador inmediato. Pero a ese paso le faltó huarache. Creo que se olvidaron de las condiciones sociales específicas de cada país. Circunstancias regionales que no trascienden solamente con una decisión económica promovida desde las cúpulas, sino de verdaderas evoluciones fundadas en las personas. La humanidad no evoluciona con mandatos absolutistas. Requiere de todo un proceso de metamorfosis acompasada, que proporcione las herramientas necesarias para un desarrollo auténtico y efectivo. ¿Qué interés puede tener un chipriota en formar parte de la eurozona si al compararse con un francés o con un alemán se evidencian las fallas en el sistema educativo y de fortalecimiento social de su país? Y de manera contraria, ¿qué compromiso puede tener un alemán con un español para refinanciar su deuda? ¿De verdad es necesario sólo un cambio en la forma de administrar la economía lo que impulsa a un país al desarrollo?

En nuestro entorno, el TLCAN cuidó en extremo el detalle de cada avance. Quizá por tratarse de sólo tres países integrantes, canadienses y estadounidenses se detuvieron ante la tentativa mexicana de formar parte de la superpotencia del norte. Y no estaban equivocados. Si bien los números de la economía nacional, en ese entonces de la firma del pacto, reflejaban solidez, bastó la sucesión de 1994 para que se cayera el telón arreglado y México se desplomó financieramente al inicio del sexenio zedillista. Situación que ha venido recuperándose lentamente, dejando pocos años atrás los crecimientos negativos o nulos, por incrementos sostenidos entre el 3 y 4 por ciento anual. Sumado a las crisis mundiales más recientes. De haber sido el caso de la unificación de la moneda, nos hubiéramos arrastrado solos a una crisis interna aún mayor. Porque no debíamos haber respondido ante los ciudadanos, sino ante los compromisos contraídos por la apertura de nuestras fronteras para el intercambio de bienes y servicios.

Hoy en día la situación es distinta. Hemos alcanzado otros niveles de desarrollo monetario y nuestra economía está más fortalecida ante posibles crisis futuras. Pero no creo que sea momento de abrir nuestras puertas para la creación de una zona de libre tránsito mercantil y de servicios con los Estados Unidos y Canadá, ni con el resto de Latinoamérica. No estamos preparados aún como sociedad para derribar los muros y generar condiciones de igualdad, de fraternidad incondicional. El hecho que la bestia traslade desde Arriaga hasta la frontera norte, sin obstáculos, a inmigrantes de los países vecinos del sur, no es condición suficiente para decir que somos un país de cultura globalizadora.

No sé si el modelo global soporte futuras crisis. Creo que un nuevo modelo está en proceso de desarrollo. Por las condiciones del mundo, entiendo que se fomentará el fortalecimiento de las comunidades para generar entornos más prósperos en materia social y económica. Permitirá panoramas más igualitarios; así como el desarrollo de capacidades individuales con estándares internacionales, para que las nuevas generaciones puedan competir profesionalmente en cualquier lugar del mundo. Esa será la nueva época, sólo así se derrumbarán las fronteras… Los muros que dividen a los países son la ignorancia y la pobreza.


México, D.F. Agosto 14, 2012.

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