Silbido solicitante
Síncope. Déficit fiscal
de hasta el 15 por ciento del PIB. Inflación galopante. Caída en los precios
del petróleo. Baja producción de crudo. Año electoral. Todos esos síntomas se
suman a una descomposición social debido a la falta de propuestas de oposición
estructuradas que formule verdaderas transformaciones; además de un liderazgo
presidencial que ha venido cayendo de la gracia del electorado con aceptaciones
por debajo del 30 por ciento. Venezuela vive hoy su crisis más fuerte de los
últimos 20 años.
La fortaleza del
gobierno de Nicolás Maduro no sólo había descansado en la figura omnipotente,
casi celestial del fallecido Hugo Chávez. La sacralización del dictador militar
había mantenido en la raya a las fracciones contrarias. Además de una
aplastante movilización militar de control que terminó con el encarcelamiento
de los líderes opositores como Leopoldo López. Quien estuvo a punto de ganar
las elecciones presidenciales pasadas. Hoy en día, dos factores alejan al mandatario
venezolano de sus sueños de sucesión. Por un lado, la crisis petrolera mundial
que también afectó la economía de ese país. Y al mismo tiempo, la nueva
relación de Cuba con Estados Unidos, expuso al gobierno bolivariano –como se
han hecho llamar-, porque ya no se sostiene la excusa de la perpetua
orquestación maquiavélica, coordinada oscuramente desde Washington, para
desequilibrar un movimiento socialista que se desinfló desde hace muchos años.
Son pocos los espacios
económicos que le quedan al gobierno para operar. Se consumieron todos los
puntos de ingreso debido a la campaña permanente de expropiación de los
intereses económicos internacionales. La bonanza de los precios del petróleo le
otorgaba la fortaleza necesaria para hacerlo. El modelo se agotó de pronto y
sorpresivamente. No hay bases estructurales adicionales que lo sostengan. “Huid
del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos”,
declaró Bolívar alguna vez.
Hace unos días platiqué
con empresarios italianos que tienen inversiones en Venezuela. La situación
social es tan complicada ahora, que incluso las medicinas para aliviar un dolor
de cabeza ya se trafican en el mercado negro a precios exorbitantes debido al
desabasto en fármacos. Y así la comida, el vestido y todos los demás servicios
de primera necesidad. La cerrazón del sistema que se gestó desde las épocas del
excéntrico presidente Chávez, mantienen
a la sociedad actual en una serie de dificultades en mateira de salud, alimentación
y vivienda como nunca antes. Crece con ello la radicalización y el descontento.
Ya no será suficiente la llamada del divino expresidente en el silbido de un
canario. La carestía se acelera y los medios para el gobierno se agotaron
también.
Durante los próximos
meses antes de las elecciones, percibo dos escenarios. El presidente Maduro
endurecerá los controles militares para sostener el poco espacio de poder que
le queda y esperará que las condiciones económicas mundiales cambien a su favor
para continuar en el mando. Paralelamente la oposición organizará una campaña
más agresiva y menos tolerante que le permitirá avanzar entre la sociedad, con
la fortaleza que le otorga la crítica escasez. Desafortunadamente ninguno de
los dos es alentador. Venezuela tiene una herida grave.
La transformación de
ese país, si es que cambian las condiciones políticas, será lenta y
desgastante. Sólo un pacto que promueva la cohesión social y la puesta en
marcha de políticas públicas redistributivas, con una disposición mucho más
abierta a la participación de entidades económicas internacionales, otorgará a
Venezuela las circunstancias necesarias para sacarla de la barranca en la que
está estancada.
De nueva cuenta, es el
oro negro el que otorga o resta poder a los gobiernos. Esto demuestra que la estrategia
debe cambiar. Todos los países que han apostado su crecimiento en el petróleo
se olvidaron de un plan anexo que impulse a otros sectores de su economía.
México, Brasil y Venezuela son ejemplo de ello. No importa la ideología del
régimen. Sino la correcta aplicación de políticas públicas para el desarrollo,
orientadas al fortalecimiento de sectores productivos. No es tarea fácil, pero
requiere la completa disposición de todas las fuerzas sociales de cada país.
Mientras tanto, a
esperar que un silbido, un sueño o una iluminación orienten al presidente
Maduro para que voltee a ver las condiciones del país y reoriente el rumbo y
abra el espacio necesario para unas elecciones justas que determinen un nuevo
orden social, político y económico para Venezuela.
México, D.F. a
7 de febrero de 2015.
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