lunes, 30 de abril de 2012

¿Apuesta, azar o destino?

Divorciado. No he encontrado etiqueta social condicionante más agresiva para una persona. Cualquier insolencia se queda corta ante el mote incriminatorio de ser responsable de fracturar el núcleo familiar. Si hubo hijos durante el matrimonio, mayor es la aversión hacia esa persona. Y todo es motivado por su circunstancia, por contravenir a lo que se nos ha enseñado como el deber ser. No quiero decir con esto, en lo absoluto, que el matrimonio sea malo, pero tampoco soy detractor del divorcio cuando las razones son claras y objetivas. Cuando ya no hay nada más que hacer. Todo esto tiene que ver con la naturaleza humana, tan individual como diversa. Juzgar sería tratar de encuadrar algo que no es general.

Nos encontramos a lo largo de historia muchas corrientes que censuraron el divorcio. Enrique VIII de Inglaterra incluso creó una nueva religión para estar en condiciones de divorciarse y buscar tener hijos varones. Cuestión que a la fecha es ejemplo de brutalidad e incultura para ciertos sectores de derecha y sobre todo, de manera muy marcada, para el catolicismo. No justifico sus razones, ni las de nadie. Pero nos encontramos ante un fenómeno social cada vez más recurrente. Por eso preocupa el ataque; cualquier cuestionamiento sin razón es síntoma de un aislamiento de conciencia, cuidar el convencionalismo y no la razón.

En el Distrito Federal, 30 de cada 100 matrimonios terminan en divorcio; la cifra disminuye a la mitad en el ámbito nacional –los provincianos se divorcian menos-. Es un hecho que algo ha venido cambiando la forma de ver el matrimonio. Yo mismo formo parte de ese sector creciente de la población madura –para decir de algunos, ni tanto-. Como referencia, de cuatro parejas vecinas jóvenes que vivíamos en un edificio de la colonia Roma, hoy en día todos somos parejas divorciadas. Tres, con hijos pequeños. ¿Qué pasa con este fenómeno social? ¿Dónde radica la fragilidad del concepto del matrimonio? ¿Es en realidad la “falta de compromiso” lo que provoca la ruptura? No es una regla general, hay que advertir que son múltiples las razones que originan una separación. Hoy voy a desarrollar dos ideas muy particulares que considero relevantes y que he venido notando desde hace algún tiempo en algunas separaciones. Aclaro, no en todas. Antes de ser tachado aparte de divorciado, mentecato –que sería, de todos modos, menos severo que lo primero -.

Bombardeados por la mercadotecnia –cada día más agresiva debido a la lucha de las empresas por colocarse a la delantera en el posicionamiento de los consumidores- las parejas se ven a amenazadas ante un estilo de vida de proporciones espectaculares, donde se plantea un escenario opulento, lujoso, que condiciona el concepto de realización personal. En una época crítica de elevado desempleo, ínfimas oportunidades de desarrollo y bajos ingresos en la mayoría de la población, la publicidad provoca que la frustración se enquiste en las familias por no contar con una casa más amplia y propia, autos de lujo –la camioneta para la mamá y el deportivo para el papá-, viajes al extranjero, departamento en la playa, en fin. Esto, sobre todo en los jóvenes. Y lo que había comenzado con la ilusión de dos personas jurándose amor hasta la eternidad se desbarata de un día para otro. Los rebasan las apariencias. Y viene una segunda historia: la firma del divorcio, los desacuerdos, el reparto de los bienes y sí hay, de los hijos. Tarea difícil, desgastante.

También nos encontramos ante otro fenómeno. Las mujeres están cada vez más inmersas en su trabajo y su realización personal. Asunto que celebraré siempre. Menos aplastadas por las condiciones machistas, acceden con mayor facilidad a puestos de responsabilidad e incluso algunas ganan más que sus parejas masculinas. Sólo que esto no parece estar brindado soportes adicionales al matrimonio, al contrario. He notado frecuentemente que alguno de los dos no soporta el peso de esa competencia velada. El hombre por su lado reclama la ausencia de atención al seno familiar por la demanda de tiempo que le exige a ella su vida laboral. La mujer apela también condiciones de igualdad en los trabajos del hogar. Sin acuerdos de ambas partes, luchan incasablemente por las diferencias en las aportaciones al gasto familiar. Sin definición de límites, la falta de comunicación daña el equilibrio del hogar y se trastoca la relación de pareja. Y de pronto, se encuentran bajo el mismo techo dos perfectos extraños que recuerdan nostálgicamente haber vivido un pasado romántico que nunca ha vuelto a florecer. Es tan ancho el espacio entre ambos que el rompimiento es inevitable.

Es de señalar que algunos gobiernos de izquierda se han dedicado a fortalecer sus estructuras institucionales con respecto al divorcio. En el Distrito Federal, por ejemplo, desde el año 2008 se hicieron modificaciones legales que otorgan mayores facilidades para llevar a cabo ese trámite. Casi de manera automática. Además que brinda amplia protección a la mujer. Pero algo que me resultó aún más asombroso y satisfactorio es que también una corriente de la Iglesia Católica ha puesto ojos en el problema y lleva un rato echando a andar un programa de reincorporación de sus fieles alejados que han caído en esa condición

Recientemente asistí a un retiro que trató el tema del divorcio de una manera tan distinta a como se venía planteando por parte de esa religión. Pude notar que en realidad la disolución del vínculo matrimonial ya es un asunto público relevante que requiere cada vez de mayor atención. Ya no sólo del gobierno, sino de muchas más instituciones como las escuelas, las empresas, entre muchas otras. Si no para evitar que las parejas se divorcien, sí para atenuar el efecto de frustración de algunos hombres y mujeres ante el hecho, las humillaciones sociales y las largas filas de demandas y contrademandas en los juzgados.

Y obviamente requiere de una atención individual donde la persona ponga en proporción sus necesidades y motivaciones personales para querer llevar a cabo una vida de pareja, o no. Cuyas razones sean tan sólidas como la búsqueda de vocación profesional o el autoempleo. El resto radica, creo yo, en una intensa comunicación de ambas partes para evitar que la corriente mercadológica golpee de frente los débiles pilares que sostienen las relaciones matrimoniales; por la época o por las razones que sean. Católicos, protestantes, agnósticos… casados, solteros o divorciados todos, somos ciudadanos.

México, D.F. Abril 30, 2012

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